Hace cerca de un mes, estaba trabajando hasta tarde en mi despacho, como de costumbre, y un hombre que trabaja conmigo me dijo,“Me gustaría hacerte una pregunta que me ronda por la cabeza desde hace tiempo... ¿Cómo describirías esta época?”
Este hombre es húngaro, vino a este país cuando los rusos entraron en Hungría. Me quedé pensando en su pregunta porque, de alguna manera, me fascina contestar preguntas de las que desconozco la respuesta.
Pero había estado leyendo en el New York Times Magazine acerca de lo sucedido en California. Estuve viajando por California y pasé por Berkeley, y me di cuenta del alance de la revolución, y de las grandes promesas de la máquina, y sentí, por haberlo leído hacía poco, que había poetas intentando escribir poemas sin palabras.
Me senté durante al menos diez minutos, sin moverme, repensando todas estas cosas en mi mente, hasta que, finalmente, le dije a Gabor,
“¿Cómo es la sombra de la luz blanca?”
Gabor tiene la costumbre de repetir lo que dices, “Luz blanca... luz blanca... no sé”. Y le dije, “Negra, no tengas miedo, porque la luz blanca no existe, como tampoco existe la sombra negra”.
Creo que es el momento de llevar a nuestro sol a juicio, a todas nuestras instituciones a juicio.
Me crié cuando la luz del sol era amarilla y la sombra azul. Pero me doy cuenta de que era una luz blanca y una sombra negra. Aun así, nada de esto es alarmante, porque creo llegará un amarillo luminoso y un azul hermoso, y que la revolución impulsará un nuevo sentido de lo maravilloso. Sólo a partir de lo maravilloso pueden surgir nuevas instituciones... seguro que no pueden surgir del análisis.
Y dije, “Sabes, Gabor, si pudiera pensar a qué dedicarme, distinto de la arquitectura, escribiría un nuevo cuento de hadas, porque del cuento de hadas surgieron los aviones, y las locomotoras, y esos maravillosos instrumentos: nuestras mentes... todo surgió del maravillamiento.”
Todo ocurría en un momento en que iba a pronunciar tres charlas consecutivas en Princenton. No tenía aún título para mis charlas, y estaba siendo acosado por el secretario que quería los títulos para anunciarlas. Después de la noche de la discusión con Gabor, ya sabía los títulos. (Cómo compensa tener a alguien que se preocupa por todo, y no sólo por nimiedades.)
Gabor está tan preocupado. De hecho, está tan enamorado del significado de la “palabra” misma que fácilmente compararía una escultura de Fidias con una palabra. Cree que una palabra tiene dos cualidades. Una de ellas es mensurable, de uso cotidiano la otra es la maravilla de su propia existencia, que es inconmensurable.
Así que sabía ya los títulos de mis charlas en Princenton: a la primera la llamé, Arquitectura: la luz blanca y la sombra negra a la segunda, Arquitectura: las instituciones del hombre y a la tercera, Arquitectura: lo increíble.
En el reino de lo increíble se halla lo maravilloso del nacimiento de una columna. Del muro nace la columna. El muro hizo bien al hombre. Con su grosor y su fuerza lo protegió de la destrucción. Pero pronto, la voluntad de mirar hacia fuera hizo que el hombre agujereara el muro, y al muro le dolió mucho, y dijo, “¿Por qué me haces esto? Yo te protegí; te hice sentir seguro, ¡y ahora me atraviesas con un agujero¡” Y el hombre respondió, “¡Pero ahora veré el exterior¡ Veo cosas maravillosas ahí fuera, y quiero mirarlas”. Y el muro continuó sintiéndose muy triste. Más tarde, el hombre dejó de agujerear el muro, e hizo una abertura más perspicaz, adornada con piedras delicadas, y puso un dintel sobre la abertura. Y pronto el muro se sintió bastante bien.
Aquella manera de tratar al muro fue el inicio de un orden en la manera de hacer muros con aberturas. Después vino la columna, que era un orden más bien automático, que decidía que algo se abría, o que no se abría. El ritmo de las aberturas las decidía entonces el propio muro, que ya no era un muro, sino una serie de columnas y de aberturas. La comprensión de todo ello no surgió de algo natural. Surgió de un sencillo misterioso que el hombre posee para expresar las maravillas del alma que demandan expresión.
La razón de nuestra vida es expresar... expresar odio... expresar amor... expresar integridad y habilidad... todo cosas intangibles. La mente es el alma y el cerebro es el instrumento del que se deriva nuestra singularidad, y del que se deducen nuestras actitudes. Un cuento de Gógol podría ser un cuento sobre la montaña, el niño y la serpiente. Su tema se escoge así, La naturaleza no escoge... simplemente desenmaraña sus leyes, y todo se diseña por la interacción de circunstancias en las que el hombre decide. El arte implica una elección, Y todo lo que el hombre hace pertenece al arte.
En todo lo que la naturaleza hace, la naturaleza registra cómo lo hizo. La roca registra a la roca, el hombre registra cómo fue hecho.
Cuando somos concientes de esto, sabemos algo de las leyes del universo. Algunos pueden reconstruir las leyes del universo simplemente estudiando una hoja de hierba. Otros tienen que aprender muchas cosas, muchas, hasta saber lo necesario para descubrir el orden del universo.
La inspiración por aprender surge de nuestra manera de vivir. A través de nuestro ser consciente sentimos el carácter de la naturaleza que nos formó. Nuestras instituciones del aprendizaje surgen de la inspiración por aprender, que es una intuición sobre cómo fuimos hechos. Pero las instituciones del aprendizaje Tienen que ver principalmente con la expresión.
Incluso la inspiración para vivir sirve para aprender a expresar.La institución de la religión surge de la inspiración a preguntar, que a su vez surge de cómo fuimos hechos.
No conozco servicio más grande que un arquitecto pueda hacer, en tanto que profesional, que darse cuenta de que cada edificio debe servir a una institución del hombre, tanto si la institución es de gobierno, de hogar, de aprendizaje, o de salud, o de ocio.
Una de las grandes ausencias en la arquitectura actual es que estas instituciones no se definen, que se dan por hechas, tal y como aparecen en los programas, y se convierten así en edificios.
Quiero poneros algunos ejemplos de lo que quiero decir con reprogramar.
Como trabajo de curso en la universidad, planteé el problema de un monasterio, y yo adopté el papel del eremita que creía en la necesidad de una sociedad de eremitas. ¿Dónde empiezo? ¿Cómo siento esa sociedad de eremitas? No tenía programa, y durante dos densas semanas hablamos de la naturaleza. (La comprensión de la naturaleza es uno de los objetos del eremita).
Una chica india fue la primera en decir algo significativo. Dijo, “Creo que en este lugar todo debería surgir de la celda. De la celda surgiría el derecho a existir de la capilla, de la celda surgiría el derecho al retiro, y el de los talleres para vivir. Otro estudiante indio (sus mentes piensan de un modo más trascendente) dijo, “Estoy de acuerdo, pero me gustaría añadir que el refectorio debe ser equivalente a la capilla, y la capilla equivalente a la celda y el retiro igual al refectorio. Ninguno es más importante que los demás”.
Ahora bien, el estudiante con más talento de la clase era ingles. Presento un proyecto maravilloso al que añadiría otro elemento, una chimenea, que estaba situada en el exterior. En cierto sentido, no podía prescindir del significado del fuego, de la calidez y de la promesa del fuego. También colocó el retiro a ochocientos metros del monasterio, argumentando que era un honor para el monasterio tener un retiro, y que una parte importante del monasterio debería cederse al retiro.
Llamamos a un monje de Pittsburgh para que nos dijera lo maravillosa que era nuestra reflexión. Era un monje alegre, un pintor que vivía en un estudio grande, y que estaba en su celda a regañadientes. Realmente empezó a tomarnos el pelo, sobre todo acerca del refectorio situado a ochocientos metros del complejo. Dijo, “¡Antes preferiría que me sirvieran la comida en la cama!” Cuando se fue, nos sentíamos desalentados, pero luego pensamos, “Total, es sólo un monje...¡qué va a saber él!”
Desarrollamos el problema, Y hubo algunas soluciones maravillosas. Os aseguro que lo más satisfactorio era tener la certeza de que las soluciones no procedían de un programa muerto, de un programa dictado en metros cuadrados. Las consideraciones habituales acerca de la naturaleza de un refectorio y demás fueron ignoradas. Cuando corregimos los proyectos, invitamos al padre Roland, y se declaró un acérrimo defensor de los proyectos más ultramodernos, pero el programa, que normalmente viene dado, había muerto. El programa original no contemplaba lo nuevo, no tenía voluntad de vida, y estos estudiantes estaban inspirados. Cada estudiante dio con una solución distinta, pero todos sugirieron una vida nueva, elementos nuevos. No os lo puedo describir todo ahora, pero lo que empezó como una simple reconsideración emergió con el poder de un nuevo comienzo, en el que los nuevos descubrimientos podían llevarse a cabo en un contexto actual.
Propuse otro ejercicio en la universidad, Un club juvenil... algo de mucho interés hoy en día. ¿Qué es un club juvenil? En cierto sentido, era necesario fijar un lugar y para los alumnos, la búsqueda de un lugar llevó consigo la idea de que sería fantástico que, en las cercanías del club, algunas de las calles pudieran cortarse para acabar con el movimiento, el movimiento desinteresado. Ello provocaría que no fuera práctico atravesarlas, y esas calles, en las que el tráfico era perjudicial, iniciarían una nueva vida. Sus cruces se convirtieron en pequeñas plazas y, de algún modo, el club juvenil aparecía como si fuera posible que estuvieran allí. Simplemente por la imposición directa, las calles se convirtieron en aparcamientos -e incluso en lugares de juego- tal y como solía ser.
Recuerdo que, cuando era niño, solíamos tirar el balón desde la ventana del primer piso. Nunca íbamos a un espacio especialmente pensado para jugar; El espacio del juego se establecería en el momento de jugar. El juego era inspiración, no organización.
Durante nuestro debate sobre la naturaleza de un club juvenil. un estudiante salió y dijo.
“Creo que un club juvenil es un granero”. Otro estudiante, algo contrariado porque no se le había ocurrido antes lo del granero, dijo, “No, creo que es una cabaña” (Aquella no era ciertamente una gran contribución).
El propio Gabor, que asiste a clase como oyente, no dice nada a menos que se le pregunte.
Estábamos ya en la tercera semana deliberando sobre la naturaleza de un club juvenil. Le dije a Gabor, “¿Qué crees tú que es un club juvenil?”
Dijo, “Creo que un club juvenil es un lugar desde. No es un lugar hacia, sino desde. Es un lugar cuyo espíritu debe ser desde donde uno va, y no hacia donde uno va”.
Es inmenso, cuando pensamos en la luz blanca y la sombra negra. ¿Por qué esta revolución? Porque la gente, de algún modo, se enfrenta a las cosas, y, de repente, desconfían de las instituciones del hombre. Desde la revolución vendrán más cosas maravillosas, o simplemente, la redefinición de las cosas.
¿Es una escuela un lugar hacia o un lugar desde? Es una pregunta sobre la que aún no me he decidido, pero es algo terrible sobre lo que preguntarse. Cuando proyectas una escuela,
¿dices que va a tener siete seminarios... o es algo que de algún modo tiene la cualidad de ser un lugar en el que inspirarse? ¿Un lugar para hablar, para sentir que participas de una especie de conversación? ¿Podría tener uno de esos espacios una chimenea?
Podría haber una galería en vez de un pasillo. La galería es realmente el aula de los estudiantes, donde el chico que no entendió demasiado aquello que el profesor había dicho,
podría comentárselo a otro, un chico que parece tener un tipo de oído distinto, así que ambos acabarían por comprender.
El monasterio que estoy haciendo tiene un lugar de entrada que resulta ser una puerta. Está decorada para invitar a todas las religiones, algo que se está empezando a hacer ahora. Pero se les da un lugar sólo en la puerta de entrada, porque la santidad del monasterio debe preservarse.
En Salk Institute for Biological Studies, cuando Salk vino a mi despacho y me pidió que construyera un laboratorio, el programa era muy simple. Me dijo, “¿Cuántos metros cuadrados tienen las torres de medicina de University of Pennsylvania?”. Le dije que unos 9.300. Me dijo, “Hay una cosa que me gustaría poder lograr. Me gustaría invitar a Picasso al laboratorio”. Su inspiración, claro está, era que en la ciencia, preocupada por lo mensurable, hay una voluntad de ser aquello que se es, desde la cosa más pequeña. El microbio quiere ser un microbio (por alguna razón impía), y la rosa quiere ser una rosa, y el hombre quiere ser un hombre... para expresar... cierta postura, cierta actitud, cierto algo, que se mueve en una dirección y no en otra, martilleando sin parar a la naturaleza para proporcionar los instrumentos que lo hacen posible. Salk, el científico, intuía ese gran deseo de expresión. El científico, aislado de cualquier otro modo de pensar, necesitaba más que nada la presencia de lo inconmensurable, que es el territorio del artista.
Es el lenguaje de Dios.
La ciencia encuentra lo que ya está ahí, pero el artista hace lo que no está.
Esta consideración cambió el Salk Institute de un simple edificio como el de University of Pennsylvania a uno que requería un lugar de encuentro que fuera tan grande como un laboratorio. Era el lugar del vestíbulo del arte, es decir, un lugar para las artes y las letras. Un lugar en el que uno comía, Porque no sé de un seminario mejor que los comedores. Había un gimnasio; había un lugar para los becarios que no eran científicos; había un lugar para el director. Había habitaciones sin nombre, como el vestíbulo de entrada, que no tenía nombre. Era la habitación más grande, pero no estaba diseñada de ninguna manera. La gente también podía rodearla; no tenían por qué atravesarla. Pero el vestíbulo de entrada era un lugar donde se podía servir un banquete si se quería.
Ya sabes qué pasa cuando no quieres entrar en un gran vestíbulo señorial donde debes saludar a alguien al que no te apetece saludar, y eso también les ocurre a los científicos. A los científicos les entra pánico de que alguien cercano Esté haciendo exactamente lo mismo que ellos. Eso les mata.
Todas estas reglas y consideraciones constituyen el programa. (si se lo quiere llamar así). Pero programa es una palabra demasiado aburrida. Se trata de comprender la naturaleza de un conjunto de espacios donde es bueno hacer algo en concreto. Ahora bien, decís que algunos espacios deberían ser flexibles. Claro que algunos espacios deberían ser flexibles, pero también los hay que deberían ser completamente inflexibles. Deberían ser pura inspiración... sólo el lugar donde estar, el lugar que no cambia, excepto para la gente que entra y sale de él. Es el tipo de sitio que sólo al cabo de cincuenta años dices, “Eh, ¿te has dado cuenta de esto... y de aquello?”
Es una totalidad inspiradora, no sólo un detalle, un simple artilugio que insiste en gritarte. Es algo parecido a una especie de cielo, una especie de entorno espacial, terriblemente importante para mí. Un edificio es un mundo dentro de otro mundo. Los edificios que personifican lugares de culto, u hogares, u otras instituciones del hombre, deben de ser fieles a su naturaleza.
Este es el pensamiento que debe perdurar; si muere, la arquitectura está muerta.
Mucha arquitectura de la esperanza está muerta, porque quieren sustituirla. Pero me temo no tienen la habilidad de conseguirlo. De modo que mucha gente está hoy dispuesta a confiar demasiado en la máquina. No deben nunca separar la máquina de la arquitectura, que es su mayor poder. Pronto llegaremos a una ciudad sin arquitectura, y no será ya una ciudad.
Creo que hay áreas sin explorar en la planificación. Creo que si se las entregara a los arquitectos todo iría bien. Sin embargo, hay arquitecturas sin explorar en la ciudad... La arquitectura del orden está sin explorar. ¿Por qué debemos construir depósitos distantes
del lugar al que transportan sus piezas? ¿Por qué no hay puntos en los que los grandes cruces de circulación proporcionen continuidad?
Aunque para otras necesidades cívicas no hace falta ser tan estricto, debemos prestar atención al agua. Porque el agua es cada vez más preciosa. Debe haber alguna especie de orden en el agua; el agua de una fuente, y el agua del aire acondicionado no tienen por qué ser la misma agua que bebemos.
Voy a construir una ciudad en la India, al menos eso me han dicho, y creo que allí la arquitectura más importante serán las torres del agua. Las torres de agua se ubicarán donde estén los servicios cívicos. Habrá torres de agua, Posiblemente, en los cruces de carreteras.
También se situarían allí la comisaría, los bomberos. Ese lugar no será un edificio... será simplemente una extensión de la carretera. El movimiento tan sólo se enrosca en forma de avión... mi cruce podría ser el lugar donde se coge el avión.
Creo que la solución de Eero Saarinen para el aeropuerto de Dulles es bella como lugar de entrada. Quizás el tráfico no sea el mismo porque la configuración no es la misma, pero tienes la sensación de llegar a alguna parte, y de que vas a ese lugar en un coche diseñado para ese fin. El aeropuerto de Dulles es muy superior a todos esos aeropuertos en los que cada compañía tiene su propia casita. En esos aeropuertos te sientes atrapado. Es realmente una conspiración. No son bondadosos con el hombre, y uno se siente muy desamparado. El hombre está aquí mientras debería estar en otra parte.
Hablábamos antes, esta mañana, De los tres aspectos de la enseñanza de la arquitectura. En realidad, creo que no enseño arquitectura, sino que me enseño a mí mismo.
Estos, sin embargo, son los tres aspectos: El primero es profesional. Como profesional tienes la obligación de aprender Cuál debe ser tu conducta en las distintas relaciones... En las relaciones institucionales, y en tus relaciones con las personas que te confían un trabajo. En este sentido, debes saber distinguir entre ciencia y tecnología. Las reglas estéticas constituyen también un saber profesional. Como profesional, estás obligado a traducir el programa de un cliente a los espacios de la institución a la que sirven. Se puede decir que es un orden espacial, o un entorno espacial de esta actividad del hombre que es tu responsabilidad profesional. Nadie debería tomar el programa y simplemente dárselo al cliente como si estuviera rellenando una receta médica.
Otro aspecto es la preparación del hombre para expresarse. Esta es su propia prerrogativa. Se le debe otorgar el significado de la filosofía, el significado de la creencia, el de la fe. Debe conocer las demás artes. Utilizo ejemplos que quizás ya he utilizado demasiadas veces, pero el arquitecto debe comprender su prerrogativa. Debe saber que un pintor puede volver a la gente cabeza abajo, si lo desea, porque un pintor no tiene por qué atenerse a las leyes de la gravedad. El pintor puede hacer puertas más pequeñas que las personas; puede pintar cielos negros durante el día; pájaros que no pueden volar; perros que no pueden correr; porque es un pintor. Puede pintar rojo donde ve azul. Un escultor puede colocar ruedas cuadradas a un cañón para expresar la futilidad de la guerra.
Un arquitecto debe usar ruedas redondas, y debe hacer sus puertas más grandes que las personas. Pero los arquitectos deben aprender que tienen otros derechos... sus propios derechos. Aprender esto, comprenderlo, es dar al hombre las herramientas para hacer lo increíble, lo que la naturaleza no es capaz de hacer. Las herramientas tienen una validez psicológica, y no simplemente física, porque el hombre, a diferencia de la naturaleza, tiene capacidad de elección.
El tercer aspecto que se debe aprender es que la arquitectura en realidad no existe.
Sólo existe la obra de arquitectura. La arquitectura existe en la mente. Un hombre que realiza una obra arquitectónica Lo hace como una ofrenda al espíritu de la arquitectura... al espíritu que no conoce estilos, no conoce ni técnicas, ni métodos. Que tan sólo espera aquello que se muestra a sí mismo. Hay arquitectura, y es la materialización de lo inconmensurable. ¿Se puede medir el Partenón? No. Sería un asesinato. ¿Puedes medir el Panteón, ese edificio maravilloso que colma las instituciones del hombre?
Cuando Adriano pensó en el Panteón, quería un lugar al que cualquiera pudiera ir a rezar. Qué maravillosa es esta solución. Es un edificio sin dirección, no es siquiera un cuadrado, que daría, de alguna manera, direcciones y puntos a sus esquinas. No hubo ocasión de decir aquí va un altar, o allá. No. La luz desde arriba es tal que no puedes acercarte a ella. No puedes quedarte de pie bajo ella; casi te corta como un cuchillo..., y quieres alejarte de ella.
Que solución arquitectónica más admirable. Debería ser una fuente de inspiración para todos los arquitectos, un edificio así, concebido así.