El misterio de la luz _ Rafael Squirru


















"Invocación" - Sir Frederick Leighton - c.1889



Análisis Filosófico

Sin obviar el sentido cristiano, nos dice Pascal: “Todas las cosas cubren algún misterio: todas las cosas son velos que cubren a Dios”. Y aplicado al mundo de las ciencias, dice J. de Maistre: “Recorred el círculo de las ciencias: veréis que comienzan todas por un misterio”. Del misterio nace la mística: “ La creencia en la posibilidad de una unión intima y directa del espíritu humano con el principio fundamental del ser, unión que constituye a la vez un modo de existencia y un modo de conocimiento extraños y superiores al conocimiento y a la existencia normales” (Lalande). En este sentido último no sería exagerado calificar a las manifestaciones mas excelsas del arte como místicas, en tanto nos comunican con ese principio fundamental del ser de modo directo y por así decirlo como de un fogonazo, a diferencia del razonamiento discursivo que avanza por el carril más tozudo y no menos luminoso de la razón, pero por una vía diferente. Cuando decimos que el misterio es algo que no tiene explicación, lo que en verdad estamos diciendo es que no tiene una explicación racional y discursiva, lo que no impide que esa misma racionalidad discursiva sea capaz de delimitar, de bordear, de ubicar los alcances de lo misterioso. No es exagerado afirmar que el arte constituye una de las formas de custodiar al misterio. Lejos de querer exprimir esa pompa de jabón con las tenazas de lo racional, el arte sopla levemente haciendo que la pompa se eleve por los aires, permitiéndonos de este modo contemplarla, como el arcoíris con toda su belleza. La razón en tal sentido, sería como un instrumento para atravesar el arcoíris, en cuyo proceso dejaríamos de verlo, nos privaríamos de la maravilla óptica que produce. Esto no impide que podamos dar cuenta racional del fenómeno físico que produce al fenómeno óptico, pero aquí el tema no es saber por qué se produce el arcoíris, si no el de gozar con su belleza, y es en ese ámbito del gozo que se produce eso que podemos calificar de misterio. Hay quienes se alarman con el uso de la palabra y creen que mas que emparentarnos con la mística nos emparienta con la mistificación. Y no hay duda que el misterio se puede simular, en cuyo caso deviene mistificador, embaucador, falso. Pero nosotros hablamos del misterio verdadero, de la mística autentica, esa que nos empuja y nos hace comulgar de modo real y contundente con el principio fundamental del ser.


El aspecto artístico

Nos interesa de modo particular el aspecto artístico en que se desenvuelven estas intuiciones profundas. En tal sentido nos llamo la atención una frase de “La metafísica” del testamento literario de Palacio Valdés: “Sí, un misterio profundo nos envuelve. Cuanta más luz, mas misterio”. Es en verdad curioso como entroncan estas palabras con las de Emilio Pettoruti: “Cuando adolescente leía libros de arte en que el misterio está en las sombras, objetaba mentalmente la opinión del escritor que caía en esos errores. En la luz es donde está el misterio, repetía dentro de mí, una voz obcecada. Obedeciendo a esa voz, ya en La Plata, pinté cuadros donde el sol formaba parte de la composición… Corrobore que era así, viendo en Italia las obras de los grandes de la pintura. Era en la luz donde estaba el misterio hecho deslumbrantes dulzores y no en el claroscuro tenebroso a lo Caravaggio. Me dije más de una vez que captar ese misterio integro en un solo, violento resplandor, equivaldría casi hacer el mago que cambia las reglas del juego…”


Teofanías

La luz aparece en algunas experiencias místicas (teofanías) entre las que destaco, al pasar, el arbusto ardiente de Moisés y el caso de Pablo Camino de Damasco “Cuando de repente le rodeo de esplendor una luz del cielo… y aunque tenia los ojos abiertos, nada veía…”, como si esa luz fuese excesiva para el ojo de los mortales. Aunque podrían multiplicarse los ejemplos, queden éstos como síntesis de un poderoso misterio que nos envuelve. A mayor luz, mayor misterio. No creo que esto signifique tan sólo aquella verdad socrática del “Sólo sé que nada sé”. Es algo más punzante, que por cierto no invalida el hecho de que a mayor conocimiento, mayor conciencia de nuestra ignorancia. Tal como yo siento a este misterio, correspondo a ese chispazo de unión con los orígenes del ser. Es el misterio que obedece a lo más profundo de nuestra condición humana y que de algún modo nos permite atisbar, por un instante, dimensiones de la realidad que no son accesibles al más meticuloso ejercicio de nuestras facultades discursivas. Aquí termina el discurso, y la experiencia se transforma al nivel de lo inefable. Se trata de algo opuesto a la mistificación, algo que supongo exige como condición necesaria una gran dosis de humildad, de sinceridad, de pureza. El arte provee desde el ángulo de su propia visión este tipo de aproximaciones; díganlo si no los soles de Van Gogh o la luz de Turner, casos en que los burdos pigmentos del color se transfiguran en instancias mas elevadas de conciencia para el contemplador que se acerque a ellas con análogos prerrequisitos.