Tengo ante mí una expresiva imagen procedente de la National Gallery de Londres: ´A man in a room´, de Rembrandt. El genial pintor holandés decide aquí prescindir casi por completo del color para que triunfe la Luz sobre el oscuro interior donde, a contraluz, aparece el hombre, quizás el propio Rembrandt.
Las sombras son dramáticamente atravesadas por la sólida Luz del mediodía, que viene de lo alto y se materializa en la blanca pared sobre la que incide. El blanco paramento, tocado por la Luz, se convierte así en el protagonista de tan insólito cuadro. Sabe el sabio pintor de la capacidad del plano blanco para traducir directamente, para materializarla, la Luz que, procedente del sol, penetra en el espacio de la mano, ya sea del pintor, ya sea del arquitecto. Y porque la Luz y su movimiento es la que hace que cobren vida los espacios, es por lo que en el cuadro de Rembrandt parece que se estuviera moviendo al acorde de los ritmos solares aquella espléndida mancha blanca.
Pues en la Arquitectura, ese movimiento de la Luz es real. Y si se consigue el diálogo entre el espacio, la Luz que lo recorre y el hombre que lo habita, allí aparece la Arquitectura. Algo muy fácil y muy difícil a la vez.
Los mejores pintores han empleado el blanco para representar la Luz, para materializarla. El blanco purísimo que arranca fulgores y guiños de los personajes de Goya. El blanco espeso y sordo que hace, más que reales, palpables las blancas lanas de los hábitos de los monjes de Zurbarán. El blanco diluído magistralmente en el humo por Velázquez que hace presente el aire en el aire de sus escenas.
El color blanco en la Arquitectura, más claramente aun que en la Pintura, es algo más, mucho más que una mera abstracción. Es una base firme y segura, eficaz, para resolver problemas de Luz: para atraparla, para reflejarla, para hacerla incidir, para hacerla resbalar. Y controlada la Luz e iluminados los blancos planos que lo conforman, el espacio queda controlado. ¿Y cuál es la magia de la Arquitectura sino este poner en prodigiosa relación al hombre y al espacio a través de la Luz? Por encima de lo anecdótico entonces, la utilización del color blanco, el blanco certero, es instrumento preciso para dominar los mecanismos espaciales propios de la Arquitectura.
Así lo entendieron los Maestros que han construído la Historia de la Arquitectura cuyas esencias querríamos destilar.
El mejor Mies Van der Rohe, el de la Farnsworth, es blanco.
El Corbusier más paradigmático, el de la Villa Savoye, es también blanco (ya lo sé, pero la Villa Savoye ha sido, es y será siempre blanca).
El Partenón, con la colaboración del tiempo que nos lo ha consagrado, también es blanco, como lo vieran Ictinos y Calícrates antes de recibir su perecedera policromía.
Blanco es el círculo de Luz divina que al atravesar el sol el óculo del Panteón recorre sus paramentos haciendo vibrar la sublime Arquitectura del emperador Adriano.
Y blanco el estremecedor Bernini de Sant´Andrea. Y el sereno Terragni de la Casa del Fascio. Y el luminoso Wright del Gugenheim. Y el fascinante Melnikov de su blanca casa cilíndrica de Moscú. Y la naturalidad, difícil facilidad, del Utzon de la blanca iglesia de Bagsvaerd en Copenhague.
El color blanco es símbolo de lo perenne, lo universal en el espacio y lo eterno en el tiempo. Y el tiempo, sirmpre acaba volviendo blancos los cabellos, y la Arquitectura.
¿No es el blanco como la música callada frente al fragor de la superficialidad que nos acosa? Silencio ante tanto ruido atronador. Desnudez ante tanto ornamento sin sentido. Rectitud ante tanta oblicuidad inútil. Sencillez ante tanta complicación. Ausencia presente ante tanta presencia vacía. Blanca y sencilla Arquitectura que intenta conseguir TODO con casi nada: MÁS CON MENOS.
Como bien expresaba Melnikov refiriéndose a su blanca casa de Moscú: ´Pudiendo ya hacer lo que me diera la gana, le supliqué (a la Arquitectura) que se despojara de una vez de su vestido de mármol, que se lavara el maquillaje y se mostrara como ella misma es: desnuda como una diosa, joven y grácil. Y como corresponde a la verdadera Belleza, renunciara a ser agradable y complaciente´.
Alberto Campo Baeza